
Después de seis horas en la sala de reanimación, habiendo podido ver a mi familia solo cinco minutos, fue un subidón que me subieran a planta.
La gente que tenemos alrededor ayuda y mucho (¡muchísimo!), de eso no hay duda y estoy súper agradecida a las personitas bellas que me acompañan, pero hoy quiero hablaros de otra cosa que también sucede, aunque no se diga tanto. Y es que, en el fondo, al menos yo lo siento así y hace unos días lo comentaba con un amigo que ha pasado por un proceso parecido al mío hace poquito y estaba de acuerdo, al cáncer y a sus momentos clave te enfrentas sola.
Así lo sentí con mucha intensidad minutos antes de la operación, en el pasillo desangelado del hospital en el que estuve unos minutos sentada esperando para pasar al quirófano con un sobre de papel con mi historial médico sobre las piernas. La gente está, pero nadie vive las cosas por ti. No se puede. Aunque muchos se intercambiarían por ti sin dudarlo ni un segundo, la experiencia te la comes tú enterita: tú sola vas a entrar en las máquinas que te harán todas las pruebas del mundo, tú sola vas a sentir los efectos secundarios de la quimio, tú sola vas a mirarte al espejo, tú sola vas a sufrir el cansancio y la incertidumbre semana tras semana, prueba tras prueba, tú sola vas a saber de verdad lo que es tener cáncer. Tu cáncer. Y tus secuelas. Los demás, por muy cerca que estén y por mucho que empaticen, o por muy médicos que sean, no lo saben tan bien como tú. Y eso que parece tan obvio, creo que es importante no perderlo de vista porque también tú sola vas a saber lo que necesitas en cada momento y vas a poder decidir mejor que nadie lo que es mejor para ti.
Estoy aprendiendo a escucharme como nunca. Escucharme para conocerme y respetarme, decidiendo lo que es mejor para mí, aunque no siempre sea lo mejor para los demás. Pero oye, es que aquí, en el fondo, frente al cáncer, estoy sola.