Hace unos años me hicieron mi carta astral. Entre varias cosas, como que tendría una carrera laboral de éxito y que viajaría mucho a lo largo de mi vida, me dijeron que tendría dos hijas. Dos. A mis 36 años. A mí ya me pareció difícil, ya que en ese momento no tenía pareja y tampoco me faltaba tanto para los 36. Mucho iba a tener que correr. En mi cabeza aquello solo iba a ser factible si era madre soltera y me sometía a un tratamiento de reproducción asistida, con la mala suerte (por el faenón) de traer gemelas al mundo. Aunque en algún momento me lo planteé, es obvio que nada de eso ha pasado.
Hoy tengo 36 años y con toda la movida mariana me han confirmado que después del tratamiento, debido a lo agresivo que es, mi fertilidad se verá afectada. Yo sigo sin saber si quiero ser madre o no, la verdad, pero es un alivio que la sanidad pública tenga en cuenta y cubra, en casos como el mío, la preservación de ovocitos. Porsiaca me he subido al carro y es por eso que desde hace dos semanas Asun me pincha estrógenos en la barriga cada noche, tengo controles ginecológicos y extracciones de sangre cada dos días y a determinadas horas me siento hinchada como un zepelín.
En dos días está programado el “parto” de los 8 o 9 hermosos óvulos que ha producido mi ovario derecho y que he visto hoy en una ecografía con ojos de gacela. Qué bonitos, se parecen a mí. Aunque eso solo lo podré saber con certeza si algún día los saco del tupper congelado que me van a estar guardando en la Clínica Puigvert hasta que cumpla 50 años.
Con 36 años el miércoles pariré sin dolor, sedada, a esas cosas que si no uso yo no podrán ser aprovechadas por otra mujer, ya que mis óvulos están contaminados por Mariano. Son míos, solo míos. Tal vez el astrólogo se refería a este parto…