
Se acaba la semana. La semana en la que he empezado el tratamiento hormonal, con una pastilla diaria de Tamoxifeno (que más adelante me cambiarán por Exemestano) y un pinchazo de Zoladex cada 28 días. Le tenía miedo al pinchazo, pero al final no fue para tanto. De hecho, ni me enteré porque me puse la crema anestésica que tan poca gracia le hizo a la enfermera del CAP y que le prometí que no me volvería a poner nunca más. Por ahora, ni rastro de efectos secundarios, aunque supongo que aún es pronto.
Ha sido también la semana en que he descubierto que los masajes no molan siempre, por mucho cariño que le ponga y por mucha charla que me dé mientras Jordi, mi fisioterapeuta. Hoy me ha confesado que cuando me visitó hace dos días se asustó un poco por la poca movilidad que tenía en el brazo izquierdo, pues no conseguía nada más que un mísero ángulo de 90° sin ver las estrellas, pero que hoy, gracias a los ejercicios de rehabilitación que me mandó hacer en casa, ya se quedaba tranquilo de que, en este aspecto, todo está ya bien de cara a la radio, aunque he de seguir con los ejercicios, incorporando los dos más que me ha enseñado hoy para lograr el máximo de elasticidad. Le preocupa ahora, sin embargo, que tengo dos puntos de la cicatriz de la axila que están drenando y que, cada vez que masajea, sangran. Así que me ha mandado a ver a mi enfermera para que me eche un ojo, ya que esto también podría dificultar el inicio de la radio. Y aquí estoy, en la sala de espera, esperando, para variar, escribiendo, de paso.